lunes, 9 de mayo de 2011

Historia de una escalera de mármol en hora y media

Volvía a casa, tan tranquila, a las siete en punto. Llamé a la puerta, qué raro, la abuela no abría. Decidí, tras unos minutos, picar a la vecina, que me abrió. Una vez dentro, me lancé escaleras arriba. Al llegar a mi puerta, llamé con los nudillos. Nada. Probé con el timbre. De nuevo, nada. Esperé, pero nadie me abrió, así que me dirigí hacia el descansillo de la escalera, cerca de la ventana, y allí me senté. Encendí el mp4 y me puse los cascos sin prestar demasiada atención a la música que sonaba, y el tiempo comenzó a pasar. Cada diez minutos, me levantaba y volvía a llamar a la puerta, pero cada vez obtenía el mismo resultado, con lo que volvía a donde estaba. Al principio me decía:  No pasa nada, habrá ido a la tienda y se habrá retrasado. Es posible que esté dormida. Durante esa primera media hora, intenté continuar mi lectura de los cuentos de Hoffman, pero la luz (fría, gris, luz de nube, típica de Asturias) era demasiado débil, y tenía claro que no iba a levantarme cada cuarenta segundos para evitar que la luz del pasillo se apagase... Centré mi atención en la música. A estas alturas no hace falta aclarar que no tenía la llave. Tampoco llevaba conmigo el teléfono móvil. Más tarde, sobre las ocho, comencé a preocuparme. Seguía picando cada poco tiempo. Un montón de ideas descabelladas y temores me invadieron. Empecé a autotorturarme con interrogantes como: ¿Y si le había pasado algo a mi abuela, y yo, mientras tanto, sin poder entrar en casa, allí, sentada? ¿Y... si había muerto? ¿Qué iba a hacer? ¡Ay! Me levanté y comencé a caminar por el pasillo, y a subir y bajar escaleras, pero me inquietaba el ruido que provocaban mis pasos, condicionado por el hecho de llevar botas de estilo militar y amplificado por el silencio reinante, así que me apoyé en la pared. No quería estar más sentada. De vez en cuando, pasaba algún vecino. Creo que le di un buen susto, sin querer, a una vecina que salía del ascensor y vio mi sombra moverse antes de saber a quién pertenecía. A las ocho y media, volví a llamar a la puerta por enésima vez. Oí un ruido en la casa y... la abuela abrió la puerta. Allí estaba, tan tranquila. Una sensación de alivio me recorrió, pero no pude evitar que, en mi mente, desfilaran una multitud de palabras hermosas, biensonantes y exquisitas... (nótese el sarcasmo) Mi pobre abuela no me había oído y yo me había pasado una hora y media preocupada, sentada en la escalera de casa. Solo podía pasarme a mí.

(Relatividad, de Escher)

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