miércoles, 21 de julio de 2010

El Último Pétalo

Dejo ahí parte de este relato para quien quiera leerlo. Como es de presuponer en mí, intenté que tuviera cierto aire del norte.

El último pétalo

Aine se había perdido. El bosque se extendía a su alrededor, interminable. Si al menos estuviese allí su hermano… con él lo había atravesado más de una vez, mientras jugaban sin preocupaciones las doradas tardes de otoño. Caminó esta vez sola, entre altos y ahora desnudos árboles, oscuros y silenciosos, con suave y fría nieve cayendo sobre su cabello carmesí. Reinaba allí una tranquilidad incómoda. Llegó a un pequeño claro, donde no había estado nunca. Allí había erguido lo que parecía un monumento megalítico. Al aproximarse distinguió unos grabados en la piedra. Los reconoció pronto: eran runas. Su hermano le había enseñado a no perder sus raíces. El mensaje que pudo leer era el modo de llegar a una aldea edificada dentro del bosque, y decía así: “Camina en línea recta hacia el Norte, no mires atrás. Al llegar a la puerta cierra los ojos y sigue el canto del mensajero de” La inscripción se interrumpía abruptamente. Aun así, Aine no tenía nada que perder, de modo que puso rumbo al norte. Tras unos minutos caminando sintió un gruñido tras ella. Y pasos. Se le pusieron los pelos de punta, venían a por ella, pero siguió marchando. El sonido de las pisadas se acercaba, y cada vez parecía haber más. Estuvo tentada a darse la vuelta, pero sabía que no debía hacerlo, así que se tapó los oídos e ignoró todo lo que no estuviese ante ella. En ningún momento vio ninguna puerta, aunque sí dos fresnos cuyas ramas se entrelazaban. Debía ser eso. Ya no se oía absolutamente nada. Cerró los ojos, y al momento la atmósfera vacía se llenó de cantos de pájaros: mirlos, lechuzas, águilas… Cada uno parecía llevarla a una dirección. Aquello no le servía de nada, lo que buscaba era un cuervo. Tal vez se había equivocado, después de todo. Con los ojos aún cerrados se sentó bajo uno de los fresnos, estaba cansada. Al poco tiempo lo oyó. El graznido rasgó el aire, rompiendo la armonía y callando los demás cantos. Aine, esperanzada, lo siguió. No había sido la pátina del tiempo lo que había borrado parte de la inscripción de la estela, simplemente era inexistente. Aquella ausencia representaba a Odín, cuyo mensajero era un cuervo. Así, Aine siguió el sonido del ave durante mucho tiempo, hasta que una ráfaga de viento frío azotó su cara y cesó. Abrió los ojos entonces, y comprobó que se encontraba sobre una loma, a las afueras de una villa. Por un momento quiso saltar de alegría, sus problemas estarían resueltos, aquella noche podría dormir en una cama y, tras preguntar a los vecinos, podría encontrar el camino correcto para volver a casa; pero la euforia fue efímera. Las casas de piedra gris tenían las puertas y ventanas tapiadas, y sólo unas cuantas conservaban su tejado entero. Una aldea fantasma. Ruinas y silencio. Descorazonada, Aine se dio la vuelta, dispuesta a marcharse por donde había venido, pero pudo percibir varios destellos en la oscura espesura. Ojos brillantes entre las sombras del bosque.
Anochecía ya, por lo que lo más prudente que pudo hacer fue buscar un refugio para pasar la noche.
Era de noche, y Aine estaba acurrucada en el portal de un caserón, helada y muerta de hambre. No había encontrado un lugar mejor. Había paseado durante un rato por la aldea y el único edificio que se conservaba en buenas condiciones era una alta torre, blanca, de tejado azul y sin puertas, con tan sólo un puñado de ventanas en los pisos superiores. Hacia el oeste se extendía un gran lago de aguas oscuras, calmadas, profundas. Y luego el bosque y sus criaturas entre las sombras… El viento, endiablado y gélido, soplaba y corría entre las calles vacías del pueblo abandonado, silbando y removiendo la nieve; y a Aine se le antojaban las ánimas en tormento de los que una vez habían sido los pobladores del lugar. No había Luna esa noche, pero siempre quedaba Saami, la enorme estrella blanca que guiaba al Norte. Y en aquel momento parecía poder competir en brillo con la poderosa (y ausente) Luna. Algo resplandeció de pronto en la calle, ante ella. Con curiosidad, ella se levantó y fue a coger una pequeña muestra. Se trataba de unos cristales, los más grandes no alcanzaban la altura de su dedo meñique, que parecían reflejar el brillo de la estrella-guía. Jamás había visto nada parecido, de un color entre azul y blanco, y extrañamente cálidos, muy agradables al tacto. Aine sonrió. Inexplicablemente se sentía mucho mejor. Al darse la vuelta comprobó que había muchos más, y que formaban una especie de sendero que conducía hacia el lago. Con curiosidad, lo siguió. Al llegar a la orilla, la imagen que quedó grabada en su retina parecía sacada de otro mundo: los cristales, mucho mayores, desprendiendo aquel brillo sobrenatural, formaban un puente que conducía hacia el centro del lago… donde se encontraba un palacio resplandeciente como Saami, que parecía estar hecho de cristal y plata. Aine, amante de las leyendas y quimeras, dio un paso a delante. Y el puente de luz se mantuvo. Instintivamente, se volvió hacia la torre y pudo distinguir durante un instante unos ojos verdeazulados en la más alta de las ventanas, fijos en ella, que luego desaparecieron. Continuó, ya no tenía frío, abrigada por aquel albor. Después de unos minutos, llegó a las puertas de la maravillosa edificación, que estaban abiertas y atravesó. Ante ella ahora se extendía un amplio corredor, repleto de espejos e impresionantes ornamentos hechos a base de cristal. Aine caminaba como si parte de su mente estuviese dormida, y una neblina de ensueño lo cubría todo. Tras atravesar un enorme arco de plata llegó a un gran salón, lleno de columnas de extrañas y caprichosas formas, tapices realizados con incomparable maestría y lámparas que combinaban delicado cristal y la tosca forja. Al fondo, sobre una escalinata se encontraban varios sillones, y cerca de ellos, varias figuras que a Aine se le tornaban borrosas y confusas. Se acercó más, y cuando llegó al pie de la escalera, el velo que lo cubría todo se desplomó, y lo último que vio fue un par de ojos de un color entre azul verdoso enfrente de ella. Luego todo fueron sombras.

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